PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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LOS TEMPLARIOS - PRIMERA PARTE

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Tras la primera Cruzada, nueve caballeros franceses decidieron fundar una Orden, entre cuyas intenciones, y a diferencia de lo que sucedía con los cruzados, no estaba la de combatir sistemáticamente a los musulmanes. Tampoco asistían a pobres y a enfermos, cuya labor desarrollaban los Caballeros de San Juan (más tarde, Caballeros de Malta) o poco después también los Hospitalarios, creados en 1120, ni tampoco quedaban circunscritos a un ámbito territorial de actuación, tal es el caso más tardío de los Caballeros Teutónicos, surgidos hacia 1198 en los territorios del Báltico. Su especificidad no parecía ser otra sino la de defender a los cristianos que peregrinaban a los Santos Lugares. Hugo de Payns, quién fuera realmente el promotor inicial y su primer Gran Maestre, Geoffroy de Saint-Omer, Geoffroy Bisol, André de Montbard, Payen de Montdidier, Archambaud de Saint-Amand, Gondemar, Rossal y Hugues de Champagne se instalaron en Jerusalén y fundaron la Orden de los Caballeros del Temple en 1118. Balduino II, que reinaba entonces en la ciudad de Jerusalén, les permitió establecer sus cuarteles generales en una sala de su palacio, situado cerca de la mezquita de Al-Aqsa, llamada también La Única, en la explanada del que fuera antiguo Templo de Salomón y del que, por dicha razón, tomaron el nombre de templarios… Ciento noventa y seis años de vida para una organización poderosa a la par que controvertida, veintidós Grandes Maestres hasta que en 1314 desaparecen.

Cerca de sus cuarteles se encontraba también la mezquita de Omar, conocida como la Cúpula de la Roca. Para la tradición judía era el lugar en el que se encontraba el santum santorum del Templo de Salomón, estancia en la que supuestamente estaba depositada el Arca de la Alianza. El Templo de Salomón fue construido por Hirma alrededor del año 1010 antes de nuestra era, siendo destruido, en lo que fuera su primera construcción, por el rey Nabucodonosor en el 587 aC y, tras sucesivas reconstrucciones, finalmente por el emperador romano Tito en el año 70 dC. Estaba asentado sobre el monte Moriah, cuya cima rocosa alberga y le da nombre -la Cúpula de la Roca es su último vestigio. Según refiere la Biblia, en este lugar el ángel le pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac, deteniéndolo poco después tras comprobar la obediencia ciega del patriarca. También es igualmente importante para los musulmanes, pues desde su cima ascendió el propio profeta tras su muerte. La roca presenta además, según esta tradición, las hipotéticas huellas del pie de Mahoma y de la mano del arcángel Gabriel que se le apareció. La mezquita de Omar, construida en el 692 es de base octagonal… estructura que servirá de modelo para numerosas construcciones templarias. Interesados como estaban por la Cábala concedían gran importancia a la ciencia de los números. De hecho, este tipo de planta será una de las más empleadas, dado que el número 8 simbolizaba para ellos la armonía entre los mundos material y espiritual.

Asumieron la regla de San Agustín e hicieron votos de pobreza, hasta el punto de hacerse llamar Pobres Caballeros de Cristo. Momento a partir del cual se ocuparon de la protección de los cristianos en Jerusalén, sus caminos y alrededores. Por lo que concierne a la regla monástica, Hugo de Payns se sirvió de uno de sus amigos más influyentes entre la monarquía y el clero de la época, San Bernardo, fundador de la abadía de Claraval y perteneciente a la orden del Cister. Esta orden, hasta la fundación del Temple, había sido refugio para caballeros y trovadores que, hastiados de los trasuntos cortesanos, decidían retirarse a la vida contemplativa. Fundada en 1098 por San Roberto en la abadía de Citeaux (Francia), se proponía la renovación y recuperación de los ideales benedictinos desbancando a la antaño todopoderosa Orden de Cluny, de la que procedía y cuya regla enmendaba en un intento por regresar a la pureza de la regla originaria. San Bernardo de Claraval sería quien redactaría los estatutos de la orden del Temple, basándose en la regla de San Agustín. Animando incluso a sus familiares -entre ellos, los condes de Champaña- para que participasen en su fundación con donaciones y legados. De hecho, su tío André de Montbard será uno de los nueve caballeros fundadores. Inicialmente, se habían planteado cuestiones de conciencia ante la sola idea de una milicia cristiana, pues pudiera resultar teologalmente contradictorio con el mensaje pacificador y amoroso de Cristo. Pero la defensa encendida que realizó San Bernardo con su texto De Laude Novae Militiae (Elogios a la Nueva Milicia) durante el Concilio de Troyes, celebrado en la Francia de 1128, le permitió a la Orden del Temple obtener finalmente el reconocimiento del papa Honorio II. Para arrojar cualquier sombra de duda, algunos años después, la bula Omne Datum Optimum publicada en 1139 por Inocencio II reconocía a los Templarios como defensores de la Iglesia por expresa voluntad divina ante los adversarios y enemigos de Cristo, con lo que quedaban completamente legitimados en su propósito y fundación.

Desde entonces sus vidas quedaron perfectamente regladas, entre ellos los votos de celibato y pobreza, a la par que sus signos perfectamente definidos. Su estandarte, el Boussant -bandera partida en dos cuarteles, uno blanco y otro negro, y donde junto con la cruz templaria aparece la divisa de la Orden Non Nobis, Domine, non Nobis, Sed Nomini tuo Da Gloriam (No a nosotros señor sino a tu Nombre sean dada toda la gloria). En relación a estas últimas, debe saberse que, atendiendo al sistema altamente jerarquizado de la Orden, el Gran Maestre, los comendadores y los caballeros llevaban un hábito blanco, los capellanes un hábito marrón, los sargentos un hábito gris, al igual que los escuderos que se iniciaban en la caballería, y los artesanos y domésticos un hábito negro, intentando con los colores reflejar igualmente el estado evolutivo de sus devotos servidores. Pero cubriéndose todos, aunque no la llevaran de manera permanente, con una capa blanca como símbolo de pureza y, sobre el hombro izquierdo, la cruz roja paté. Es importante reseñar que la Cruz, más allá de las connotaciones cristianas, guardaba el simbolismo propio de su naturaleza esotérica. Extraída igualmente de la figura del octaedro, que sirve como planta de sus templos y al que ya nos hemos referido, por los triángulos que forman sus aristas, la cruz venía a representar los cuatro puntos cardinales, algo así como el mapa cósmico elemental de la creación. Pero sin lugar a dudas, lejos ya de entenderse la vía mística como algo puramente exclusivo de ascetas y eremitas, viene a significar aquí también la confluencia o, mejor, el anclaje de lo espiritual (representado por el eje vertical) en el mundo material (eje horizontal), al objeto de moldearlo y evolucionarlo… una vez más, la unión de cielo y tierra propugnados por la doctrina cristiana.

Se constituía entonces una orden de monjes soldados, cuyos postulados eminentemente cristianos hacían conjugar la vida monástica con la actividad guerrera. Un controvertido punto que sin embargo no superará las reticencias iniciales debilitando su legitimidad futura, dado que quiebra en origen la mínima coherencia teológica. Y es que el concepto cristiano de guerra justa en términos de guerra santa -como también sucede con su equivalente islámico de yihad- queda pervertido en su sentido. En su interpretación más purista, hace referencia a una actitud personal que el individuo debe tener para consigo mismo. El creyente debe guerrear contra su propia naturaleza inferior, por expresarlo de alguna manera, para poder acceder así a los planos superiores de conciencia y espiritualidad. Pero lo que en principio es perfectamente acertado, por contra, cuando el concepto es tomado en su literalidad más expresa se extrapola en términos de combate físico contra el infiel, cayendo en un fanatismo religioso que dista mucho del perfeccionamiento espiritual que se busca en el creyente.

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